Fue el discípulo predilecto de Hilel, quien predijo con exactitud que llegaría a ser un gran sabio y dirigente de su pueblo. Rabi Yohanan llegó a la prominencia en los años precedentes a la destrucción del Segundo Templo. Realizó infatigables esfuerzos para salvar de la ruina a la nación, en medio de una muy peligrosa crisis moral y política.
Ante el fracaso de su intento de convencer a otros judíos de llegar a un trato con los romanos, y previendo un desastre, hizo un último esfuerzo; el gran Sabio hizo circular el rumor de su muerte, y las autoridades Romanas de Israel creyeron la historia, y no sospecharon que vivía cuando sus discípulos sacaron su féretro de Jerusalén.
Secretamente, Rabi Yohanan se apresuró y llegó ante el General romano Vespasiano, quien no sabía aún que había sido nombrado emperador.
Rabí Yohanan ganó su simpatía al saludarle como emperador, poco tiempo antes de que llegaran las noticias de su nuevo rango. Obtuvo así permiso para establecer la academia de Yavne y la garantía de seguridad para los reunidos allí. El gran Sanhedrín fue reestablecido como por milagro y Yavne se transformó en el centro espiritual de Israel donde todos los judíos se dirigían en busca de guía. A pesar de que los romanos destruyeron el Templo en su intento de destruir al pueblo judío, ellos mismos los salvaron al permitir la construcción de Yavne, y por eso la Torá fue salvada.
Al igual que sus antecesores Ezra Hasofer e Hilel Hazaken, Rabi Yohanan fue un faro de luz en épocas oscuras y peligrosas, y con su gran visión salvó a su pueblo. Se dice que vivió 120 años.
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