Por: Joaquín Llado, alumno de la Maestría en Liderazgo para la Acción Humanitaria Internacional de la Universidad Hebraica
En los últimos años, se escucha con mayor frecuencia en medios de comunicación acerca de situaciones que generan desplazamientos humanos, daños a la salud, pérdidas materiales e, incluso, decesos. Muchos de estos eventos son etiquetados como “desastres naturales” —erróneamente— otros como “crisis”, “conflictos” y unos más como “emergencias”. Por su número y magnitud, las noticias cotidianas parecen indicar que algo ocurre en el mundo que está obligando a que cada vez más personas tengan que abandonar sus hogares habituales.
Muy criticable es la visión de quienes difunden estas noticias, pues su comunicación carece de fondo, es decir, informa acerca de las consecuencias fatales de los eventos, pero no de sus causas ni distingue entre desastres, crisis y emergencias. Diversos estudios afirman que el uso mediático de estos acontecimientos puede tener un efecto de alarma en la sociedad y, más aún, provocar la parálisis social pues representa una constante exposición a contenidos sensibles para los que no se presenta ninguna solución.
La Organización Mundial de la Salud (WHO, por sus siglas en inglés) reconoce que cada año más de 160 millones de personas son afectadas por terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, huracanes, inundaciones, incendios, olas de calor y sequías, lo que resulta en la destrucción del entorno físico, biológico y social de las personas y tiene un impacto a largo plazo en su salud, bienestar y supervivencia.
A esto, se suman cifras como las del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, quien afirma que, a pesar de que hay una menor cantidad de guerras en el mundo actual (comparado con el inicio de la década anterior), el número de muertes se ha triplicado desde 2008 debido a una «inexorable intensificación de la violencia». El sentimiento de impotencia puede aflorar ante este panorama pues todas estas cifras, descontextualizadas, suenan como irreversibles.
Entonces, ¿qué podemos hacer? Una primera aproximación fue la del asistencialismo, mecanismo consistente en donar bienes o recursos a los damnificados con la intención de aliviar, momentáneamente, su situación. Pero la realidad y sus cifras, nos indican que este modelo no es sostenible ni eficaz.
En contracorriente con lo que la información institucional y mediática aporta, y más allá de lo que el asistencialismo puede hacer, la Acción Humanitaria —como disciplina—, se ha propuesto abordar las causas de las diversas circunstancias que causan sufrimiento humano, atenderlas desde su origen, y propiciar la construcción de sociedades resilientes que sí sepan como actuar ante los retos globales que afectan a su comunidad.
Hoy día, se trata de ir más allá de la caridad; se requiere de abogacía (advocacy), de hacer frente a los problemas, de divulgar información útil, promover alternativas de prevención, generar consciencia, ayudar a los damnificados con bienes útiles y acorde con sus necesidades, de brindar apoyo psicológico a los afectados, facilitarles herramientas que les permitan empoderarse y más. Eso es ser humanitario en el siglo XXI y el mundo lo necesita.
La Universidad Hebraica de México, en conjunto con Cadena A.C., ofrece la Maestría en Liderazgo para la Acción Humanitaria Internacional, programa innovador en México y que reúne a profesionales del campo para ofrecer un posgrado de calidad que se encamina a profesionalizar a quiénes quieran dedicarse a las diversas instancias que componen al sector humanitario.
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