Por: Dra. Milly Cohen, Doctora en Educación. Docente del curso “Liderazgo resiliente”. Escritora infantil con más de 10 libros publicados. Tallerista de resiliencia.
Me voy a presentar con ustedes:
- Soy escritora de literatura infantil con algunos cuentos publicados pero muchos menos de los que quisiera.
- En mi examen de licenciatura no obtuve mención honorífica por un punto, esto representó un fracaso total para mi padre, quién me lo hizo saber inmediatamente después del examen.
- Soy tallerista sobre resiliencia, en general doy buenas ponencias y talleres, pero he tenido algunos fracasos como conferencista y empresas que no me recontratan.
- Soy docente universitaria en la maestría en Unitec Online con excelentes calificaciones de parte de los alumnos y comentarios revitalizadores, sin embargo este año recibí uno que decía: “no la contraten de nuevo, no me aportó nada nuevo a mi vida”.
- Me gusta retar a mi cuerpo haciendo medio triatlones, he hecho tres, pero en uno de ellos me descalificaron por exceder el tiempo en la bicicleta.
¿Cómo se sienten ante una presentación de este tipo? ¿Los decepciono? ¿Duele? ¿Es extraño que alguien se presente compartiendo sus fracasos? ¿Nos han enseñado que es mejor esconderlos? Para mi, presentarme de esta manera me ha hecho libre y sobre eso voy a escribir.
El fracaso no es una meta, tampoco es un fin, pero si es una realidad. No empezamos un proyecto esperando que fracase, pero a veces nuestros proyectos fracasan. Mirar esto de manera objetiva nos permite darle cabida a nuevas posibilidades; dicen que equivocarnos no nos vuelve necesariamente más sabios, más humildes o más fuertes, pero si nos permite estar disponibles para otra cosa. Eso significa que cuando te enfrentas al hecho de no ver cumplidas tus metas o deseos, te podrías preguntar: ¿y ahora qué?. Es posible que el fracaso te diga “abre los ojos y hazlo distinto”. Ya dependerá de ti si decides o no abrir bien los ojos. Hay que ver a los fracasos como meros semáforos en rojo. No desesperar. No bajarse del coche. En algún momento llegará el verde. Admiro mucho a mi esposo porque luego de cerrársele la garganta la primera vez que tuvo que hablar en público, decidió tomar un curso que le enseñara cómo respirar y reducir el estrés al hablar frente a grupos de personas. Qué bueno que lo hizo, hoy es un gran orador.
Hay muchísima bibliografía que habla sobre los inventos fallidos y convertidos en sorpresivos éxitos, en accidentes afortunados, mucho se habla sobre esta serendipia. Es el caso del viagra, se buscaba un medicamente para la angina de pecho, y durante los ensayos clínicos se vió que uno de sus efectos secundarios era producir firmes errecciones. Se inventó el viagra sin querer, y a partir de un fracaso.
Otro curioso caso es aquél en cuando el monje Dom Perignon buscaba conseguir un vino blanco pero a éste no le dejaban de salir burbujas. Al probarlo creyó que probaba las estrellas, acababa de crear el champagne.
Dice Freud que a fuerza de no atreverse a fracasar, se fracasa simplemente viviendo. Si piensas en tantos descubrimientos que han visto la luz solamente después de varios intentos, te darás cuenta que no es el fracaso al que le tememos, sino es a la perseverancia a la que le huimos. Los creadores de la máquina de Nespresso no se dieron por vencidos aun después de las veces que fue rechazada su máquina en supermercados, en grandes empresas, en restaurantes; gracias a su insistencia o gracias a lo mucho que creían en su creación, acertaron al darse cuenta que estaban equivocando el destinatario: era a los hogares a donde debían acercarse, y así lo hicieron, y lo demás lo conocemos.
En estos casos, predominó la audacia y la osadía, la valentía y la perseverancia, y esas características son intrínsecas de cualquier éxito. Si seguimos haciendo más de lo mismo, si nos instalamos dentro de lo familiar, si no salimos de la caja ¿cómo pretendemos evitar el fracaso? Sólo la siguiente nota que tocas en el piano te dice si la anterior desafina ¿o no? A nuestro cerebro le acomoda ese camino cómodo y conocido, no quiere aventurarse, pero es justo la epigenética y los estudios relacionados a ella que nos invitan a arriesgarnos para trazar nuevas rutas, porque hoy ya está demostrado que en efecto, somos arquitectos de la manifestación de nuestros genes.
Le sucedió a Sergio Simon quién lanzó la nueva imagen de la coca de dieta, tuvo tanto éxito y ganó la suficiente confianza, que propuso la New Coke. Se esperaba un gran éxito pero fue un rotundo fracaso que le costó a la compañía más de cien millones de dólares, y a Simon su empleo. Lo que me encanta de esta historia es que después volvieron a contratarlo porque la compañía se dio cuenta, brillantemente, que los pensadores atrevidos no pueden tener la razón todo el tiempo.
Es posible que ese sea nuestro gran freno: dejamos de confiar en nosotros mismos, de alguna manera, en el camino, perdimos esa luz o inocencia (¿la de nuestra infancia?) para atrevernos a realizar nuestros sueños, independientemente del resultado de ellos. Le tememos tanto a no lograr lo que queremos que elegimos mejor hacer menos. ¡Si supiéramos lo equivocados que estamos! Justo el fracaso es el que nos recuerda los límites de nuestro poder, no es tan cierta esa frase de querer es poder, no bastan nuestras intenciones, creer que podemos lograr absolutamente todo resulta un insulto a la complejidad de la realidad. No somos invencibles, somos seres en constante desarrollo y en constante evolución. Y para evolucionar necesitamos errar, es de dónde aprendemos a escalar mejor la montaña.
En su libro “Art and Fear”, David Bayles nos cuenta sobre un maestro de cerámica que divide a sus estudiantes en dos grupos. Le dice al primer grupo que van a ser calificados con base en la calidad de su trabajo y les sugiere que hagan muchas cerámicas para que evalúen la mejor. Al segundo grupo solamente le da la oportunidad de hacer una sola cerámica. Por supuesto que el primer grupo hizo piezas de mucho mejor calidad que el segundo grupo, esto se debió a la posibilidad de poder mejorar y superar los primeros intentos. Nosotros en la vida tenemos infinitas posibilidades para volver a probar aquello que no salió bien la primera vez, pero nos limitamos (o nos enseñaron a hacerlo) y hemos aprendido a desistir en lugar de persistir. Quizá la pregunta del paradigma de la resiliencia no sea tan mala ¿y si cuando una puerta se cierra, otra se abre? Requerimos de una visión más amplia para poder mirar lo que esconden las crisis, para encontrar la ventaja de la desventaja, para agradecer el esfuerzo y valorar el intento, en lugar de solamente aplaudir el éxito. Créanme que me tardé mucho en comprender, aceptar y abrazar la idea de que he hecho tres medio triatlones y no dos, tres, pues aquél en el que fracasé, también me esforcé. Eso me regresó la libertad porque soy más libre en tanto más me conozco y conozco lo que aspiro ser. Ese intento fallido en los deportes me invitó a preguntarme lo que hice bien, lo que pude hacer mejor y lo que podía llegar a ser. La libertad la obtuve cuando dejé de dramatizar por mis fallas y me centré en mejorarlas.
Pero entonces, cuando ya fracasamos, ¿qué hacemos? ¿cómo lo afrontamos y cómo retomamos el camino? ¿por dónde comenzar? Elizabeth Gilbert, autora del éxito de ventas Comer, rezar, amar (luego se hizo una película con Julia Roberts) dice que sabía que posiblemente sus siguientes libros no llegaran a tener el mismo impacto que éste, su primero, pero de lo que estaba segura es que tenía que seguir haciendo aquello que la apasionaba, y era escribir. “Regresar a casa” lo nombra así ella, frente al fracaso seguir haciendo aquello que amas más que a ti mismo y que te impulsa para seguir creando. Buscar qué te apasiona o apasionarte por lo que haces (tanto que ningún fracaso limitará tu esfuerzo), me parece que es la cuestión. Establecer un vínculo fuerte con aquello que te importa y que procuras, ya sea tu matrimonio, tu empresa, tus estudios, tus relaciones, el deporte, la espiritualidad, lograrlo con tal vehemencia y arrebato que nadie ni nada se interponga en el camino, si bien no te asegura el éxito si te garantiza el crecimiento y el regreso a casa.
La otra idea que te propongo es buscar maestros que te inspiren, leer historias que te contagien, mirar películas con contenido útil, y éstas no siempre tienen que ser historias de éxito ni de ejemplos inalcanzables a seguir. Mira la serie Losers en Netflix y entenderás de lo que te hablo. Deja de seguir a figuras fruto de la mediocridad o de invertir tu tiempo en la desgana y la pereza. Cada día me sorprendo más del tiempo que la gente desperdicia mirando programas de televisón aburridos y vacíos, pasando la mirada por revistas sin contenido alguno o persiguiendo chismeríos en Facebook. Es que estaba aburrido, contestan las personas. Y yo no me la creo, no hoy, no en estos tiempos, en los que hay demasiadas cosas en el mundo justo para que no te aburras. Aburro, a-burro, no elijas serlo, ¿me entiendes?
Por último, creo que debemos recordar que fracasar no significa que somos fracasados, que el fracaso es una herida, más no un tatuaje. Estoy segura de que al vivir con esta idea en mente seremos más audaces y valientes, orgullosos de nosotros mismos, y por lo menos, seguros de no fracasar en el intento de conocernos y amarnos cada día un poco más. Aunque fracasemos en lo demás.
Por cierto, muchos años después mi padre y yo compartiríamos con emoción mi mención honorífica en el examen de doctorado. Qué bueno que no me bajé del coche cuando se puso en rojo el semáforo.
Conoce más sobre el curso “Liderazgo resiliente” que impartirá próximamente la Dra. Milly Cohen.
Referencias:
Charles Pepin (2017). Las virtudes del fracaso. Ediciones Ariel.
David Bayles y Ted Orland (2001). Art and Fear. Image Continuum Press
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