“Mi padre era un arameo errante”, dijo Abraham; y al recordar esa frase los judíos del mundo contemporáneo se reconocen a sí mismos como herederos de una larga tradición migratoria. El judaísmo es el pueblo de la diáspora, el de la dispersión geográfica que lucha por conservar su identidad y unidad a pesar de las distancias y de la asimilación con otras culturas. Así lo señalaron el Dr. Jesús del Prado y la Dra. Daniela Gleizer, quienes con la presentación del seminario intensivo “Arameos errantes: los judíos migrantes en las Américas durante la época moderna”, resaltaron la importancia de conocer y comprender la migración como fenómeno y explicaron cómo ésta ha construido al pueblo judío. El seminario tuvo lugar los días 22 y 24 de mayo en las instalaciones de la Universidad Hebraica.
El Dr. Jesús del Prado aseguró que el tema de la migración es tan pertinente como trascendental, toda vez que constituye un problema vigente en las sociedades contemporáneas; y agregó que las migraciones han conformado la historia de la humanidad. En la era actual y desde nuestra experiencia como mexicanos, advertimos las problemáticas asociadas a las migraciones de manera cotidiana, en parte por el constante flujo de nuestros conciudadanos al país vecino del norte, y en parte porque México es el lugar de paso para los migrantes sudamericanos.
La movilidad poblacional enriquece a las sociedades, aunque también plantea numerosos inconvenientes e interrogantes que deben encaminar a sus actores al diálogo individual e institucional con el objetivo de capacitarlos para asimilar los cambios sin eliminar las identidades. La relación entre identidad y movimiento siempre ha sido problemática, sobre todo porque la migración está impulsada por la búsqueda de mejores condiciones de vida: es la respuesta a la pobreza, la violencia y la persecución. Jesús del Prado considera que todos venimos de la genealogía migratoria, pues incluso cuando nuestros antepasados cercanos no se movieran, las sociedades enteras sí lo han hecho a través de los siglos. Partiendo de esa realidad, el caso de los judíos es particularmente interesante, pues se trata de un pueblo diaspórico y migrante por excelencia.
Se debe contextualizar históricamente el cambio de ubicación geográfica de los pueblos tomando en cuenta las limitaciones planteadas por el Estado moderno antes de la conformación de los nacionalismos, pues su nacimiento significó para los migrantes, específicamente para los judíos, conciliar varias identidades: la identidad de los pueblos se transforma con la interacción social.
Con todo, es imprescindible reivindicar el valor universal de la migración, pues la llegada de nuevas personas a un sitio constituye un aporte siempre problemático, pero también una ganancia para la sociedad de acogida. La Dra. Gleizer señaló que con el auge de los nacionalismos la migración judía experimentó un nuevo impulso debido a varias razones: el crecimiento demográfico, el desarrollo del capitalismo, la guerra económica contra los judíos, el impulso del servicio militar obligatorio y los pogromos. Además, la Shoah estimuló la migración de los judíos a todo el mundo, aunque no siempre las sociedades de acogida los recibieron con la misma cordialidad ni les concedieron los mismos derechos que a sus ciudadanos. De igual manera, la creación del Estado de Israel se consolidó como un elemento de identidad común para los judíos de la diáspora.
La migración es un fenómeno fundamental para entender a las sociedades, en especial al pueblo heredero de la ley hebraica, pues su cultura ha estado asociada a la movilidad prácticamente desde su surgimiento. Analizar y estudiar la migración permitirá generar legislaciones más justas, promover el trato digno a los migrantes respetando los derechos humanos y sobre todo, resolver de manera eficaz las problemáticas asociadas a ella reconociendo el valor del intercambio cultural. En algún sentido, todos procedemos de “un arameo errante”.
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